
VOLVEMOS A LAS MONTAÑAS
¿Volvemos a las montañas?. Pues hoy por hoy solo puede ser una pregunta. No tengo aún la certeza de que esto vaya a pasar de una simple intención y unos iniciales anuncios. Pero poco a poco, sin prisas y manteniendo esa disciplina que otras veces hemos tenido, quizás volvamos a encontrar esos caminos hoy perdidos, hoy ausentes.
Seguro que la falta de iniciativa esconde otras razones. Quizás solo cansancio, quizás un deseo de más cambios o igual solo un momento de dudas.
Las ultimas carreras venían ya con muchas dudas. Solo en la última disfrute. Buscaba razones y los pretendía encontrar en la edad, la forma física, la preparación, los ánimos. Quizás solo era faltad e ilusión.
Me ponía metas, proyectos. Bajar la intensidad, incluso semanas de descanso. No me costaba entrenar, eran las carreras las que me daban vértigo. Lo que antes era ansia, ahora eran miedos.
Incluso ya finales, un año y lo dejamos. Carreras que han supuesto algo como colofón a esa afición. Los cincuenta años, serán la retirada.
Y en esto llego la pandemia y el confinamiento. Todo se detuvo y las horas de entrenamiento en la calle y por las montañas, se convirtieron en horas de casa y trabajo. Las rutinas y disciplina de hacer kilómetros, pasaron a ser horas de hogar y descanso. Y con ello, y sin saberlo, llego la desilusión, el desanimo y huyo la motivación.
Cada dia era un intento y una excusa. El compromiso de volver y la realidad de parar. La pereza, la desgana. Ha sido, y sigue siendo, una mala época para intentar volver.
Calzarme las zapatillas no esta en mis prioridades. Cualquier actividad, o la falta de ella, ha sido más recurrente.
No son mis ganas ajenas al tiempo que vivimos. Semanas de confinamiento, de miedos, de incertidumbre, de que será, de que vendrá, entorpecen mi casi siempre buena disciplina. La incertidumbre de mañana, la falta de carreras populares, de objetivos, de planes, de causas para entrenar, ser han amontonado en mi falta de motivación para volver. Si quiera para empezar.
Veo correr y me dan envidia, pero el comenzar mañana nunca llega. Lo he intentado. Algunos kilómetros, tiradas cortas, pero esto no va.
¿Volverán las montañas?
Nunca se fueron. Siempre han estado ahí pero estos últimos años siempre han sido lugar de vista, momentos de recuerdos y espacios para imaginar. Lo más fácil es salir a correr, lo más complicado era preparar mochila y buscar rutas montaña arriba.
Sin embargo, ahí estaba: Me han mirado, su silencio reclamaba mi presencia.
Debía volver al origen. Donde todo cambio y se reinicio. Buscando aquel oxigeno que ya conozco, aquella cima especial que tanto supone y que tanto supuso. Una vez, hace ya mucho años me enseño el camino de vuelta, la ruta que debía comprender, los sueños que debía alcanzar. Algunos están aparcados, otros olvidados, incluso alejados, pero esta montaña siempre me enseña que se puede volver.
Aratz. 1.445 m.
No importa el tiempo, la distancia, la nieve incluso, el objetivo esta próximo y sabemos el camino. La dificultad del día, del momento, no me resta recuerdos y me suma metas.
Y como tocaba subir por rutas conocidas, familiares que animaran a volver, tenia que regresar a viejas cumbres que una vez me animaron a emprender un camino, un destino
San Donato Beriain. 1.493 m.
Porque los pasos me llevan donde quiero ir aunque el camino no exista. Porque mis ojos me llevan a mis sueños aunque la niebla impida ver mis huellas.
Y que mejor que dar una vuelta por casa. Por las montañas de la infancia, las de mi padre. Esas que enseñan y muestran esfuerzos e historia de quienes subieron antes. Aquellas que te dejan en la niñez, cuando todo parecía muy grande, cuando todo parecía tan fácil.
Yoar. 1.417 m.
Y allí donde se agolpan vivencias, de otros momentos, donde los recuerdos eran presente y no los contabas, e incluso donde las lagrimas no siempre tenían razones para saltar.
Allí pasamos los minutos, mirando el horizonte, donde todo es más bonito.
Nada puede terminar sin el destino de la montaña. Sin esa cima que todos los días desde hace muchos años veo. Esa montaña testigo de tantas cosas. De todas esas reflexiones, de lagrimas y muchas risas. De planes y canciones, de pensamientos y sueños. Donde siempre voy, donde parece que nada cambia. Ahí donde siempre decido volver a las montañas.
Gorbea. 1.481 m.
En esta ocasión con amigos, esos que acompañan de siempre, donde los caminos de diversión, se han mezclado también con las lagrimas de pena. Quienes con el paso de los años, comparten destinos que una veces vienen de risas y otras de tristeza. Donde la compañía es vida.
Y aunque las montañas te ponen en su sitio y debemos mirarla con respeto y admiración, también con cuidado podemos subir y bajar caminos.
Cuando la mente debe despejarse, ver salidas o sencillamente relajarse y esperar que mañana vuelva a salir el sol, siempre tengo las montañas de casa, donde cada árbol, cada senda, cada piedra, forman parte de mi vida. Allí donde siempre puedo regresar.
Arraialde 1.049 m.
Donde cada paso repito, donde volvemos a las montañas.
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